Sumas y Restas

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SINOPSIS

El Duende le lleva a su amigo H., quien tiene una oficina de propiedad raíz, dos clientes para que le compren lotes en una urbanización que está vendiendo sobre planos. Sin embargo, éstos ofrecen pagarle no en dinero, sino con kilos de «perico» (cocaína), puesto que se han quedado con una mercancía que no han podido vender, a causa de la persecución que se está haciendo a los capos del cartel de Medellín.

H. se niega a recibirles esta forma de pago y prefiere no vender nada, pese a que tiene problemas económicos, ues hace unos años, cuando «traquetió» con algunos amigos, estuvo a punto de caer en las garras de la DEA.

Pero su amigo, el Duende, que se va de la ciudad para un pueblo costero porque quiere cambiar de vida y escapar de las tensiones de Medellín, le quiere regalar a H. un socio antes de irse; entonces le presenta a Gerardo, un primo de su mujer.

H. conoce a Gerardo, con quien se asocia en el negocio de un parqueadero. Pagan por igual el alquiler y los servicios, comparten oficina y H. aprovecha para guardar allí un camión D300, que le da más gastos que ganancias en la empresa transportadora de su papá.

Sin consultarle, Gerardo pone también allí un taller de mecánica y comparte su oficina con Luis, su contador. Abusa además de la confianza de su socio H. al mandar arreglar su camión D300 y ponerlo a viajar a una finca suya, en Ayapel, y luego lo usa para transportar líquidos para el procesamiento de alcaloides a una «cocina» (laboratorio de cocaína) que tiene Gerardo en Frontino.

A pesar de que H. está ofendido, Gerardo se aprovecha de los problemas económicos de su socio y lo convence de que vaya a conocer su «cocina» y le consiga clientes para su «mercancía», a cambio de una jugosa comisión.

H. se llena de ambiciones al conocer la «cocina» y contacta a algunos amigos de confianza, con quienes «traquetió» en el pasado, y les «vende» cuatrocientos kilos, que entrega en el parqueadero que Gerardo y él han alquilado.

Pese a que Gerardo se demora en pagarle su comisión, sacándole disculpas que H. no entiende, la relación de los dos socios marcha bien hasta que ocurre un acontecimiento especial: el hermano menor de Gerardo, que se lo pasa en el parqueadero y le colabora a su hermano en todo lo que tiene que ver con la cocina, es asesinado por sicarios a dos cuadras de su casa, cuando chocó sin querer una moto que se hallaba estacionada al frente de una salsamentaria. H., quien estaba con su esposa en la finca, no se sintió obligado a asistir al entierro del hermano de Gerardo, aunque éste le había mandado la razón, por radioteléfono, de que lo acompañara.

A partir de este incidente, Gerardo cambió por completo con su socio, y ni siquiera volvió a saludarlo. Pero no sólo le cogió un odio creciente a H., sino que Gerardo fue cambiando paulatinamente su temperamento, que se volvió oscuro y diabólico.

Para empezar, el «material» que H. les vendió a sus amigos resultó un engaño completo: al llegar a Estados Unidos, se había convertido en un chicle amarillo y húmedo, de muy baja calidad. H. fue acusado de estafa por sus amigos y Gerardo culpó de la transformación de la «mercancía» a los gringos, a quienes trató de «torcidos».

Quince días después, Luis, el contador de Gerardo, llamó de nuevo a H. a contarle que agentes antinarcóticos habían localizado la cocina y que, según Gerardo, él debía bajar a Medellín a negociar con ellos, puesto que H. era tan socio como él del laboratorio.

Asustado, H. llegó hasta un estadero para entrevistarse con los supuestos agentes, pero éstos no le mostraron documentos sino que se lo llevaron. Lo encerraron en el sótano de una casa campesina a las afueras de la ciudad, en un secuestro relámpago de tres días, durante los cuales lo amenazaron con matarlo y le quitaron toda su fortuna.

Cuando llegó a su casa rezó y lloró agradecido con la vida, pero al día siguiente tuvo que salir a vender sus dos carros, aparte de su finca y todo su ganado vacuno, y dos lotes que tenía para construir… Quienes le habían prestado la plata para pagar su rescate lo acosaban sin descanso y sus amigos lo ignoraban, dándole a entender que no querían saber nada más de alguien que estaba tan mal relacionado.

Al volver al parqueadero, H. lo encontró cerrado y desocupadopor completo. Ni siquiera habían dejado el techo de zinc que cubría las celdas del taller de mecánica. Parecía como si un viento furioso hubiera arrasado con todo…

Después de pasar la noche bebiendo y contándole a un amigo su desgracia, H. le compró al amanecer el periódico a un vendedor que pasó por la calle en bicicleta. De pronto vio la foto de dos hombres que habían sido detenidos por el ejército, junto a un carro donde transportaban, en una maleta, el cuerpo sin vida del hombre que habían secuestrado. H. reconoció con miedo al primero de ellos, el más joven: era el jefe de los agentes antinarcóticos que lo habían secuestrado. Luego miró al segundo y descubrió que era… ¡Gerardo!… Se echó a llorar, de pánico, por lo que pudo haberle ocurrido, al tiempo que comenzó a llover…

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